JORDANIA
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Entre arena y sal

La arena constituye el paisaje principal en Jordania, pero no todo el país es un desierto plano y monótono. Enmarcado entre el río Jordán y el desierto inacabable hay un país atractivo, de tamaño muy asequible para viajes de una semana y con grandes joyas paisajísticas y culturales. Tierra de beduinos árabes, la impronta de los primeros gobernantes islámicos se mantiene en unos cuantos palacios y fortalezas omeyas, entre las que destacan Qasr al Qarane y Qusair Amra. Este último en realidad es el hamman de un palacete de caza, decorado con excelentes pinturas con escenas de baño y de la corte omeya únicas en el mundo islámico.

También es Jordania tierra de palestinos, que viven de la agricultura en las tierras bajas junto al Jordán, y que se han especializado en varios sectores comerciales en Amman. De hecho la mayoría de la población del país es palestina. Muchos de ellos llegaron expulsados por los judíos desde Cisjordania a mediados del siglo XX, pero otros llevan habitando las tierras del valle desde hace milenios. La descolonización británica otorgó el gobierno a la minoría árabe por razones político-religiosas.

Jordania ha sido, durante la Edad Media, escenario de batallas entre cruzados y musulmanes. Dan testimonio de ello el gran castillo del Kerak, construido por Balduino I de Jerusalém en 1142; el castillo de Ajlun, o Qalat ar Rabad, construida por un sobrino de Saladino en 1184; y también la enigmática fortaleza de Shaubak, fundada por Balduino I como castillo de Mons Realis y situada en un entorno desolado en las proximidades de Petra. El gigante nubio que abría la puerta cuando yo la visité parecía haber formado parte de las tropas mamelucas que en el siglo XIV lo conquistaron.

Y sobre todo estas tierras han sido escenario de algunas de los mejores logros arquitectónicos de la Antigüedad Clásica. En primer lugar la bella Jerasa, ciudad romana de grandes avenidas, templos fastuosos y un teatro lujoso acorde con las residencias y mercados que se sitúan en el cardo máximo. Otro teatro, el de Amman, apoyado en una colina, recuerda que la Philipopolis romana debió ser mucho menos caótica y gris que la ciudad moderna.

Al sur, en medio de las grandes montañas de arenisca que bordean la depresión del wadi Araba, una gran grieta fruto de un terremoto da paso a un lugar lleno de misterio y leyenda, Petra. La ciudad nabatea no solo es una ciudad, es un paisaje, un mundo mágico donde los templos no serían nada sin los wadis, ni las tumbas tendrían mucho interés sin las montañas en las que se adentran, ni todo ello sería lo mismo sin los colores que la arena pinta en paredes, puertas, montañas y columnas. La capital del reino nabateo fue construida tallando en la arenisca rosada sus tumbas, templos y teatros, creando un escenario mezcla de la tradición local y el mundo helenístico con el que estaban en contacto a través de Siria. Sin duda Petra, como lugar único, es el principal atractivo de Jordania.

No lejos de allí se encuentra un rincón del desierto muy peculiar, cargado de historia y de belleza espectacular, Wadi Rum. La arena de colores inspiró al coronel Lawrence bonitas palabras mientras preparaba su avance contra la posición turca en Aqaba. Es un lugar ideal para excursiones en todo terreno por el desierto, aunque hay que mirar bien los costes, quizá puestos pensando en acaudalados norteamericanos e ingleses que viajan hasta aquí en pos de la leyenda del militar británico.

Para espíritus inquietos aun quedan algunos lugares curiosos, comenzando por el santuario del monte Nebo y los mosaicos bizantinos de Mádaba. Además de ellos algunas ciudades fronterizas del imperio romano, en la antesala del desierto, aparecen como fantasmas de basalto y a menudo con sorpresas en forma de excelentes mosaicos, caso de Um er Rassas, no lejos de Kerak. Y al norte los restos de las ciudades de la Decápolis tienen cierto interés.

Aqaba es el único puerto jordano, abierto en un recodo del mar Rojo, ideal para el submarinismo, y para acceder a Egipto por el Sinaí. Otro lugar cerca del agua para hacer actividades diferentes es la costa del Mar Muerto. Allí abajo, a más de cuatrocientos metros bajo el nivel de mar, la sal y el barro proporcionan una excelente oportunidad para la balneoterapia. La sal, concentrada a niveles inverosímiles, hace flotar cualquier cosa en el mar, y al tiempo mata casi cualquier forma de vida. Esa sal es el componente principal de una floreciente industria cosmética.

 

Para saber más

* Tropicana Tours (agencia de viajes jordana; hablan español):

http://www.tropicanatours.com/

 

 


Jesús Sánchez Jaén
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