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El
desierto de Varzaneh
Texto
y fotos: Jesús Sánchez Jaén
(Pulsa
F11 para verlo mejor)
Publicado: 18
- XI - 2020
Estamos acostumbrados
a que los ríos desemboquen en un mar o en un
océano; es lo habitual. Hay algunos, sin embargo,
que mueren en ninguna parte, que se desintegran en llanuras
arenosas sin lograr ese objetivo que se les supone,
una costa anhelada, una masa de agua en la que se integren.
Hay ejemplos famosos y muy visitados, como el Okavango,
cuyo delta se disuelve en las arenas del Kalahari, en
Botsuana. Y otros menos visitados pero no menos espectaculares,
como el Amu Daría, en Uzbekistán, que
ya no desemboca en el Mar de Aral, sino que debido a
su exiguo cauce, se desangra entre la tierra del Aral
Kum, el
desierto que ha sustituido al Mar de Aral.
Uno
de estos ríos es más conocido
por la ciudad que atraviesa, Isfahan, que por
su destino arenoso. El Zayandeh nace en la cordillera
de los Zagros, al oeste de Irán,y corre
raudo hacia su principal destino, la magnífica
Isfahan, donde desde el siglo XVII alimenta
sus famosos jardines y huertos. Los puentes
que lo cruzan son una de las mejores obras arquitectónicas
de la ciudad. La poesía persa ha cantado
durante siglos al agua del Zayandeh porque la
vida en el centro de la gran meseta irania depende
de él. La traducción de su nombre
persa lo dice todo: «dador de vida».
Por desgracia en los últimos tiempos
los embalses, el uso desmedido para la agricultura
y la industría, y las sequías
recurrentes han hecho que en la actualidad no
corra ni una gota de agua bajo los puentes de
Isfahan. Solo en primaveras menos secas de lo
habitual, la lluvia en las montañas y
alguna tormenta ocasional devuelven la vida
al cauce a
su paso por Isfahan. La meseta irania es un
lugar muy árido, aislado de los vientos
húmedos del monzón índico
por la cordillera oriental, y con fuerte influencia
del clima caluroso del golfo arábigo.
En este entorno,
el destino del Zayandeh está escrito desde hace
milenios: nunca encontrará una salida al mar
porque el más cercano desapareció cuando
se levantó la meseta por la que corre, y barreras
infranqueables se abren a este y oeste; el Indico ni
siquiera es una opción por su lejania, un abismo
de arena y de kilómetros.
Humilde y alegre a la vez con su objetivo, llega hasta
el desierto de Varzaneh y allí se disemina para
dar vida a un humedal, el Gavkhouni, refugio de muchas
especies de animales y plantas. Cuando el Zayandeh corre
hasta el desierto, éste cobra vida. Lo curioso
es que el humedal es solo un resto de un gran lago que
recogió las aguas de toda la cuenca durante cientos
de miles de años. Y hoy parte de las tierras
que antaño fueron lago contienen un gran salar
rodeado de dunas.
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El lago salado ocupa parte
de la cubeta del antiguo lago al sur del humedal. En
realidad es su fondo, en el que se precipitaron las
sales
disueltas en el agua durante millones de años.
Las dunas se elevan en casi todas sus orillas, como
guardianes de la planicie.
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Cuando el nivel
freático sube, el agua aún aflora en los
lugares más bajos, cubriendo el fondo de paleo
lago con unos pocos centimetros de profundidad, lo bastante
para ocultar la capa de sales. La alta concentración
de éstas hace que se formen costras duras que oscilan
entre el blanco y el marrón; sal cristalizada con
óxidos
minerales y polvo del desierto que aflora sobre el agua.
Es posible caminar por esa lámina de agua sin mojarse
mucho más que los tobillos. En nuestra visita,
las lluvias recientes habían elevado el nivel y
el agua cubría varias decenas de hectáreas,
hasta unas orillas distantes.
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La orilla es sal pura, que
gime con nuestro peso y refleja el sol con brillos metálicos.
Si uno se atreve a entrar en el agua, descalzo, la piel
de los pies se recubre en unos momentos de motitas de
sal. Esa sal es la base de una industria local, extraida
con máquinas que acceden al salar por pequeños
caminos de tierra.
El humedal de Gavkhouni, solo
acesible con un permiso especial porque es una reserva
de aves, queda al norte del salar, en el extremo del
desierto más cercano
al cauce del río Zayandeh. Dado que el nivel
freático de la cuenca es aún muy elevado,
tanto el humedal como el salar mantienen una cierta
cantidad de agua todo el año, pese a que el Zayandeh
ya casi no lleva agua.
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En las orillas del salar
se puede observar cómo hace tiempo era mucho
mayor. Las dunas rodean pequeñas llanuras cuyo
color blanquecino se debe a
la sal acumulada. El viento barre las llanuras limpiándolas de
arena, que transporta a las dunas, y dejando la sal,
más gruesa y pesada, a la vista.
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Incluso entre las formas retorcidas
del mar de arena aparecen restos de lagunillas que han
dejado un rastro salino en su fondo. Es fácil
imaginar que si quitásemos
la arena alrededor de esa
sal, aparecería más suelo salino. El proceso
de desertización de una cuenca endorreica pasa
por varias fases, empezando por la evaporación
del agua y la precipitación de las sales, y terminando
con la formación de dunas con las arenas arrastradas
hasta allí por los antiguos ríos.
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Las dunas de Varzaneh se
han agrupado formado estructuras lineales que van creciendo
según la erosión avanza. Montes sinuosos,
que sugieren delicadas sensualidades, rodean al observador
que corona alguna de las cimas dunares.
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El camino hacia la cima es
empinado. Según se asciende se divisan otras
formaciones de dunas al otro lado de la llanura salobre.
Un viento suave empieza a rizar la arena al tiempo que
el sol va cayendo lentamente.
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Una serpiente de arena recorre
el desierto salado adentrándose en una formación
dunar. Parece querer huir de la nívea sal que
amenaza con tragársela.
¿Quién mancha a quién, la arena
a la sal o viceversa?
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A sotavento las dunas presentan
caras verticales y aristas finas que convergen en un
vértice. A este tipo de formación se le
conoce como dunas en forma de estrella.
Cada arista indica un cambio en la dirección
del viento. En este caso vemos el lado oeste de las
dunas, que expuesto al sol poniente muestra un color
anaranjado pálido. Llegan a alcanzar 30 m de
altura
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Cuando el sol va diciendo
adios, el gradiente de temperatura entre el suelo y
el aire provoca corrientes de viento que levantan arena.
La cima se vuelve incómoda; las partículas
de arena golpean el rostro y el polvo rodea al visitante.
El aire se vuelve gris por momentos.
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El atardecer tiñe de
rojo las dunas. Desde lo alto de una de ellas se divisa
la extensión del salar y el desierto que le circunda.
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En el márgen occidental
del desierto hay un pequeño oasis en torno a
un manantial de agua dulce. Es una afloración
de la capa freática que aprovecha una depresión
del terreno para formar una balsa. Mientras la explotación
del acuifero se mantenga en proporciones sostenibles,
el agua dulce alimentará la vida en este enclave
llamado Dastyerd. Sus habitantes dicen que hay agua
todo el año. Está alejado unos kilómetros
del humedal Gavkhouni, pero forma parte del mismo sistema
hidrológico.
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Justo al lado del manantial
los persas levantaron hace siglos un templo dedicado
a Anahita, un chartaq (o chahar taq:
casa de cuatro arcos). Anahita es una divinidad de las
aguas y de la fertilidad, una especie de Afrodita irania.
Un lugar idoneo para rendir culto a Anahita rodeados
de desierto.
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Desde uno de los arcos del
chartaq de Anahita se contempla casi toda Dastyerd,
agrupada en torno al oasis, y esa curiosa construcción
circular, un palomar.
Al fondo, de nuevo, el desierto salado y las dunas.
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