ODIO
AL ÁRBOL
Puede decirse que
el aprecio y la exaltación del bosque, sobre todo asociado a la montaña,
es algo que procede de la época romántica. Según Nicolás
Ortega Cantero, profesor de geografía que investiga desde hace años
las relaciones de esta ciencia con la literatura, anteriormente las masas forestales
eran generalmente lugares que “solían suscitar sentimientos
de miedo y rechazo, un mundo indómito, desordenado y amenazador que provocaba
temor y desagrado”. Por eso, el cambio perceptivo que tuvo lugar
con el romanticismo fue bastante radical, abriéndose paso desde entonces
una concepción moderna del paisaje como valor estético y cultural
en sí mismo. Este
mismo geógrafo ha recopilado en uno de sus textos (Viajeros e institucionalistas.
una visión de la montaña) bastantes citas de una serie de
viajeros románticos, algunos de los cuales vinieron por España
a principios del siglo XIX por ser este un país en cierto modo exótico
y desconocido para muchos centroeuropeos. Personajes como Gautier, Ford, Borrow,
Mérimée o Quinet atravesaron gran parte de la península
reflejando en sus escritos opiniones exacerbadas tanto a favor como en contra
del paisaje español. Así, ante la desmedida admiración
de muchos de ellos por el paisaje pirenaico o cantábrico, se contrapone
el menosprecio por la meseta castellana no ya sólo por sus inacabables
planicies, de las cuales los románticos eran poco aficionados, sino por
la dramática ausencia de arbolado en ellas. Una percepción que,
a rasgos generales, se ha heredado hasta nuestros días de forma bien
patente. Sus
apreciaciones eran, además –ante la inexistencia de la actual costumbre
de lo políticamente correcto- ferozmente sinceras: Ford, por ejemplo,
habla al referirse a la España Interior de la fatiga de los viajeros
por “la miseria inmutable y por una falta total de cualquier cosa
de interés, tanto en el hombre como en sus obras, o en la naturaleza
de que se ven rodeados”. Mérimée habla de Castilla
la Vieja como una tierra “muy bárbara de verdad”
y Gautier habla por tierras toledanas de “un camino detestable, en
una llanura inmensa, polvorienta, cubierta de trigos y de cebadas, cuyo amarillo
pálido contribuye a la monotonía del paisaje”, contrastando
también el paisaje del norte con el meseteño de la siguiente forma: “Macizos
de árboles y grupos de encinas realzan felizmente las grandes líneas
y los tintes vaporosamente severos de las montañas... Insistimos mucho
sobre estos árboles porque no hay nada más raro en España...
y probablemente no tendremos ocasión de volver a hablar de cosa semejante” Ford,
que también ensalza los paisajes del norte de España (pirenaicos
y cantábricos), se refiere a los vallisoletanos Montes Torozos y en concreto
a sus habitantes “los que desnudan de esta manera sus bosques garantizan
a sus hijos escasez de madera y agua, escaseces que son las dos maldiciones
gemelas de la España Central”. Más al sur, en la sierra
de Segura, se encuentra un bosque que, según su apreciación, está
“escandalosamente abandonado y mal usado, como la mayor parte de los
de España”. Ford se muestra también claramente determinista
al afirmar que en Castilla “el agua es muy escasa no sólo para
el riego, sino para el uso doméstico, y la naturaleza y la gente son
igualmente adustas y requemadas; todo es pardo: la casa, la ropa, la esposa
y el asno”, como el francés Quinet, igualmente abrumado por
la falta de arbolado en el interior Peninsular. “A
lo lejos, la tierra se asemeja al campesino español. Desnuda como él,
se exhibe al sol en su capa agujereada de cizaña. Es silenciosa como
él: ni un canto de pájaro, ni un murmullo de arroyuelos, ni de
follaje. Sobria como él, sólo el rocío la fertiliza. Independiente
como él, ni hoyos, ni empalizadas: la igualdad está grabada en
su faz” Charles
Dembowski, que viajó por España entre los años 1838 y 1840,
se refirió a la gente de los alrededores de Madrid como los que “han
heredado de los moros un odio vivo a los árboles, que consideran únicamente
como otros tantos asilos de pájaros que viven a su costa”.
De la misma manera, Ford menciona “la curiosa antipatía que
los habitantes del interior sienten hacia los árboles” afirmando
de forma similar a Dembowski que “como los orientales, raras veces
los plantan, excepto los frutales o los que dan sombra a sus alamedas”.
No sólo los extranjeros critican este “odio al árbol”
de la “tradición castiza española”, el mismo
Azorín, citando a la vez varios testimonios de Bowles, Ford y Fermín
Caballero, atestigua en alguno de sus artículos esta realidad que en
toda esta época se asocia indefectiblemente y sin ningún pudor
a los habitantes del lugar. También el conocido guadarramista Bernardo
de Quirós define la “tierra pajiza de Castilla, llana y austera
como el carácter de los que en ella nacen”, asociando nuevamente
la realidad morfológica a la humana. ¿Es
cierta, después de todo lo dicho, la existencia de este odio al árbol
en el interior peninsular? Una respuesta afirmativa sería demasiado simplista.
Tales resecuras anteriormente mencionadas se deben más a la búsqueda
desesperada de tierras de cultivo en tiempos de escasez, unida a una falta de
gestión racional del territorio, que una aversión a lo forestal
en sí misma. El árbol molesta al arado, y la quema indiscriminada
de masas arboladas se debe a múltiples causas que van desde las guerras
a prácticas irracionales de caza; aunque también existen, como
contrapunto, las dehesas como uso inteligente del espacio, muy comunes en zonas
de las sierras interiores de la meseta y en Extremadura. De
todas formas, sean las causas que sean, esta inquietante percepción queda
ahí reflejada por autores tanto españoles (Machado, etc...) como
extranjeros, tanto románticos como no tan románticos. De todos
ellos, y valga esto como última cita de las recopiladas por N. Ortega,
quizás sea el ya mencionado Ford el que realiza el más implacable
y despiadado análisis del paisaje meseteño físico y humano.
Según él la seca y empobrecida figura de Castilla tiene que ver
con la “situación infeliz de España, caída de
su alto estado y borrada casi del mapa de Europa. Rostro silencioso, triste
y solitario... con sus campos trigueros, sin setos ni árboles, limitados
sólo por el bajo horizonte, y sus llanuras sin cultivo ni habitantes,
abandonadas a las flores silvestres y a las abejas, y que se vuelven melancólicas
aún con el espectáculo de castillos o aldeas arruinados, levantándose
como esqueletos calcinados de su antigua vitalidad... sombría monotonía
y abominación desolada en la que ninguna sonrisa saludará la llegada
del viajero y ninguna lágrima correrá cuando marche”.
“La ausencia general de árboles - continúa Ford
- expone estas amplias y descubiertas llanuras a la rabia y la violencia
de los elementos; casas de adobe sumamente pobres, esparcidas aquí y
allí con la extensión desolada, dando un lamentable refugio a
la población, pobre, orgullosa e ignorante”. Así,
pues, era la España interior del siglo XIX según el “pérfido
albión”, un lugar “para salir de nuevo de ellas
lo más rápidamente que sea posible”; un paisaje, en
todo caso, antítesis del romanticismo “arbóreo”
que posteriormente querrá ser interpretado por el romanticismo más
propiamente naturalista de los fundadores de la Institución Libre de
Enseñanza desde las alturas de la sierra del Guadarrama, cuyos notables
valores empezaban a ser descubiertos y reconocidos a finales del siglo XIX....
así como paulatinamente destruidos en las últimas décadas
de este último siglo bajo la demencia especuladora. Y
es que, después de todo, lo del odio al árbol debe tener algo
de cierto. Sólo así se explicaría las actuales podas salvajes,
las talas indiscriminadas de ejemplares en parcelas privadas o en calles donde
álamos y plátanos de sombra osan ensuciar las impolutas carrocerías
de los coches, o impiden que un sol plano entre en los salones de las casas. Alvaro
Blázquez Jiménez
Geógrafo y escritor
Para saber
más
* Libros:
- FORD, RICHARD, Cosas
de España. Aventuras de un inglés por la Península Ibérica
a mediados del siglo XIX. Ediciones B, 2004.
- GAUTIER, THEOPHILE, Viaje a España. Ediciones Cátedra,
1998. *
Internet: Viajeros
románticos en España
http://www.en-sevilla.com/viajeros-romanticos.html
http://hispanismo.cervantes.es/documentos/rodriguez.pdf#search=%22Viajeros%2BFord%22
http://www.marcialpons.es/fichalibro.php?id=100761842
http://www.andalucia.cc/adn/1197nar.htm
http://encyclopedia.jrank.org/es/FLA_FRA/FORD_RICHARD_1796_1858_.html
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