Jesús Sánchez Jaén
Publicado: 9 - VII - 2022
Una tarde de otoño,
con el sol todavía alto y el aire frio del norte anunciando
nieve, el gran rey Tudhaliya, señor de los hatti, descendió
de su carro y se encaminó a la entrada del santuario. Tras
unos pocos escalones, cruzó el pórtico y entró
en la sala de los dioses para hacer una ofrenda a Tesup y Hepat.
Depositó incienso en el pebetero encendido y el aroma ascendió
en una nubecilla, pasando lentamente junto a las imágenes
de los dos dioses supremos. Derramó una copa de vino en
la taza que había bajo los pies de Tesup, y otra de leche
de oveja en la situada ante los de Hepat. Los hatti estaban convencidos
de que el dios de la tormenta gustaba del vino fuerte, como sus
reyes, y que la diosa del sol apreciaba la leche recién
ordeñada. Para Tudhaliya se trataba de cumplir con una
obligación y con una tradición. Hepat y Tesup eran
los dioses de sus padres, el gran señor Hattusil, el segundo
de su nombre, y la gran reina Puduhepa, servidora de Hepat e hija
de la tierra de Kizuwatna. Las efigies de los dos dioses supremos
estaban talladas en la roca al fondo de una gran sala. A la izquierda
Tesup, subido sobre los hombros de dos dioses de la montaña,
con una maza en su mano derecha, el símbolo del poder;
a la derecha Hesap, tocada con una corona que representaba una
ciudad amurallada, se erguía sobre la figura de una leona
con la boca abierta. Una procesión de dioses menores seguía
a Tesup por toda la pared de la roca, encabezados por su hermano
y su padre. Dos puestos más atrás estaba Sauska,
la diosa andrógina de la guerra, la favorita del rey Hattusil.
Los hijos de la pareja suprema estaban de pie detrás de
su madre Hepat, atentos a los demás dioses.
Una escena como
esta, o muy similar a ella, pudo tener lugar durante el reinado
de Tudhaliya III (o IV pues los historiadores no se ponen de acuerdo
en el número de reyes del mismo nombre) hacia el año
1220 a.C. en el centro de Anatolia (Asia Menor), en el santuario
de Yazilikaya.
El santuario era
el hogar de los dioses de Hatti desde el principio de los tiempos,
pero había sido Hattusil II quien había ordenado
completar la procesión de seres divinos incluyendo a su
diosa protectora, Sauska-Ishtar, la mujer alada. Había
tenido mucha importancia en su vida, pues le había protegido
en la gran batalla contra el rey de Egipto en tierras de Siria,
y en su santuario principal había conocido a su esposa,
Puduhepa, cuando ella era sacerdotisa de la diosa. Guerra y amor
juntos en la misma deidad, las dos fuerzas que gobernaban el mundo.
Ahora su hijo Tudhaliya, varios años después de
la marcha de sus padres, quería engalanar el santuario
con nuevas figuras y rendir homenaje imperecedero a los dioses
con su propia imagen adorándoles. Esa tarde era el momento.
Un relieve de Tudhaliya vestido con la túnica larga del
dios del sol y del cielo, y con los atributos de la realeza, la
espada y el bastón litus, miraba imperturbable hacia Tesup
y Hepat desde un saliente de la roca casi frente a ellos. El rey
aparecía orgulloso, con un jeroglífico que explicaba
su origen divino ante él, y subido sobre dos montañas
recubiertas de escamas como si fuesen el lomo de dos peces del
mar de Alasiya que él había conquistado.
El rey Thudhaliya en la pared frente a la procesion de dioses de Yazilikaya
Tudhaliya se giró
hacia su efigie y caminó los cuatro pasos que le separaban
de la mesa de ofrendas. Allí los sacerdotes del santuario
tenían preparado un carnero y varias aves dispuestas para
el sacrificio. El rey degolló al carnero con un cuchillo
del nuevo metal que llevaba al cinto. Solo él podía
usarlo; sólo él blandía en la batalla espadas
más duras que el bronce. La sangre del animal corrió
por el canal de la mesa hacia un orificio y cayó a un recipiente
de piedra colocado justo debajo. Acto seguido los sacerdotes degollaron
a las palomas y leyeron los augurios mientras los cocineros preparaban
el carnero para asarlo. Los augurios fueron favorables: el rey
tendría un reinado próspero y derrotaría
a sus enemigos en el campo de batalla. Tudhaliya quedó
satisfecho y dio orden de comenzar el banquete.
Cuando el vino
y la carne regocijaban a los participantes un rato después,
el rey levantó la vista hacia su imagen y vio como se desdibujaba
lentamente según el día se dirigía a su fin.
Otro tanto le sucedía a Tesup y Hesap, que comenzaban a
confundirse con la roca en que estaban tallados como si quisieran
desaparecer con su hermano el sol hasta la mañana siguiente.
De pronto lo sintió en su interior: en realidad no era
tan diferente de los dioses; su imagen, y él mismo, compartían
destino con ellos en el templo sagrado.
La civilización
hitita (o hatti), enmarcada en el segundo milenio antes de Cristo,
entre el 1600 y el 1190, tuvo su capital en Hattusas, una gran
ciudad situada a un centenar de kilómetros al este de Ankara,
en el valle del rio Halis. El santuario se encuentra en las proximidades,
en un pequeño desfiladero donde tallaron las imágenes
de su panteón y donde solo hay un rey representado, Tudhaliya.
Y además está representado dos veces. Dando la vuelta
a la roca donde está la imagen de Tudhaliya, se abre una
grieta entre las paredes de piedra. Entrando por ella se accede
a un espacio sinuoso que desemboca en otra sala muy estrecha.
Allí encontramos de nuevo a Tudhaliya, esta vez acompañado
por el dios Sarruma, quien le coge con el brazo izquierdo, en
actitud paternal y protectora. Ambos miran hacia su derecha, en
dirección a un relieve que representa a un enorme puñal
o espada clavada en la roca y con una empuñadura compuesta
por leones en diferentes posturas. Por un texto hitita se sabe
que la espada clavada en el suelo y la empuñadura con leones
formaban parte de los atributos de Nergal, el dios del inframundo.
En la pared de enfrente, las doce divinidades menores del Más
Allá. Todo ello, junto con diferentes nichos y hornacinas,
hacen pensar que la cámara estuvo dedicada a albergar la
tumba de Tudhaliya y al culto funerario correspondiente.
Yazilikaya es el lugar idóneo para iniciar una ruta por
los restos de la civilización hitita que han pervivido
durante 3.500 años. Para ello hay que llegar al pueblo
de Bogazköy (o Bogazkale) y tomar la carretera que lleva
a las ruinas de Hattusas. Poco antes de la entrada a éstas
aparece la desviación a Yazilikaya, hacia el norte. El
lugar merece una visita pausada, primero para tratar de entender
la iconografía de los relieves, y segundo para apreciar
el simbolismo del lugar, que incluso hoy día se intuye
entre las sombras de las rocas y las imágenes talladas.
La civilización
hitita es mucho menos conocida que la griega o la persa, que llenaron
de lugares y nombres legendarios toda la geografía de Asia
Menor, pero tuvo un papel relevante en la historia política
y económica del segundo milenio a.C., en competencia directa
con los grandes imperios del momento, el egipcio y el asirio.
Su territorio ocupó gran parte de la meseta central de
Anatolia y se extendió hasta la costa sur, llegando a parte
de la actual Siria e incluso hasta Chipre, a la que los hititas
llamaban Alasiya.
Su centro político
estuvo en Hattusas, una pequeña población dedicada
al intercambio comercial con los asirios desde tiempos remotos
y que fue elegida por el rey Hattusil I para situar la capital
de su reino. Las crónicas hititas halladas en los palacios
de Hattusas, que están escritas en lengua hitita y en lengua
acadia, narran las hazañas de un valiente rey, «uno
de Hattusa» se le llama en los textos, que construyó
la nueva ciudad y la nombró su capital. Era aproximadamente
el año 1565 a.C., y Hattusil tenía planes ambiciosos.
No tardó mucho en lanzar expediciones hacia el Eufrates
y el norte de Siria, centrándose en la ciudad de Halap
(Alepo), que controlaba el comercio con las tierras de oriente
de donde llegaba un mineral muy apreciado, el estaño, indispensable
para la fabricación de bronce.
El rey no dejó
guarniciones en las ciudades atacadas, ni en las colonias asirias
que saqueó. Las tropas regresaban siempre con él
a la capital, pero cargadas de botín, y probablemente con
la seguridad de haber dirigido a los comerciantes de estaño
hacia su ciudad. Y ese botín, así como los ingresos
por el comercio del estaño y la producción de bronce
sirvieron para pagar la construcción de una gran muralla
y el primer palacio de Hattusas, el hoy llamado Büyük
Kale o Palacio Grande.
Cuando Hattusil
llegaba a la puerta de la ciudad y bajaba de su carro, sudoroso
y cubierto de polvo tras varias jordanas de marcha desde el vado
del Mala (Eufrates), o desde la colonia comercial de los asirios
en Kanesh, podía contemplar cómo su muralla crecía,
rodeando poco a poco la ciudad. Los trabajadores cavaban un foso
para colocar, semi enterrados, grandes bloques de caliza que servirían
de cimientos. Sobre ellos apoyaban otros bloques más pequeños,
y luego levantaban un muro grueso de adobe y postes de madera.
La ciudad estaba en un llano, por lo que necesitaba una protección
alta y fuerte.

Hattusas, vista de la ciudad baja
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Hattusas, puerta del principe en la muralla de la ciudad
alta
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Con el tiempo,
sus sucesores añadirían nuevos palacios y una fortaleza
en la parte alta del cerro, donde aún se conservan dos
puertas monumentales, la de los leones y la de las esfinges, con
las esculturas de los animales protegiendo el acceso. Una tercera
puerta más incompleta, la del Principe, tiene en una de
sus jambas el relieve de un personaje ataviado como un rey o un
dios. La gran extensión del yacimiento de Hattusas se visita
muy bien siguiendo un itinerario marcado, y pese a su aparente
falta de elementos ornamentales, cada parte del camino ofrece
algún atractivo en forma de relieves, de estructuras arquitectónicas
o de inscripciones en la roca.
La ruta por los
enclaves hititas sigue en Alacahöyük, a unos 36 kilómetros
al noreste de Bogazkale. Allí reciben al viajero dos esfinges
enormes adosadas a las jambas de una puerta. Era la entrada al
palacio de esa ciudad cuyo nombre hitita se desconoce, pero cuya
pertenencia a esa civilización está fuera de duda
a la vista del estilo de las esfinges y de los relieves que decoraban
los frisos bajos de la puerta de la muralla y del palacio. Ambas
estructuras se han fechado en torno al 1450 a.C. En los muros
de piedra del palacio quedan numerosos huecos destinados a colocar
los postes de madera que sujetaban la techumbre. La ciudad estuvo
poblada desde el tercer milenio a. C. en la primera Edad del Bronce
(2300 – 2100), y de esa época data la necrópolis,
con tumbas pozo que se han dado en llamar «Tumbas Reales»
por los ajuares encontrados en ellas: copas de oro, estandartes
de bronce rematados con figuras de ciervos, joyas, discos solares,
armas de bronce y la que se considera la espada de hierro más
antigua que se conoce.
La mayoría de los hallazgos de Alacahöyük se
exhiben en el Museo de las Civilizaciones de Anatolia, en Ankara.
A poco menos de
una hora por carretera viajando hacia el este nos encontramos
con un yacimiento de reciente excavación, Šapinuva
(Ortaköy, Çorum). Aquí se han encontrado varios
archivos con miles de tablillas escritas en cuneiforne y un suelo
de losas de piedra de 2.000 m2 en lo que se cree fue un santuario
hitita del siglo XIV a.C., durante el reinado de Tudhaliya II.
Por algunos textos se ha deducido que el rey y su esposa debieron
residir en Šapinuva temporalmente, bien como segunda capital,
bien como lugar de retiro.

Alaca Höyük,
puerta de las esfinges
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Plano del asentamiento
comercial de Kanesh
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Ahora hemos de
poner rumbo sur para llegar a uno de los lugares más significativos
de la historia hitita, el mercado o enclave comercial de Kanesh
(Kultepe). Allí, en las proximidades de la actual Kayseri,
se encontraban los límites de la influencia del Imperio
Asirio en el siglo XX a.C. Al pie de una pequeña colina
los asirios crearon, hacia 1950 a.C., un asentamiento para que
sus comerciantes pudiesen intercambiar productos con los habitantes
de la zona. Estos, a su vez, tenían un gobernante que residía
en la cima de la colina, en un edificio que se ha identificado
con un palacio. Los comerciantes asirios y las gentes locales,
probablemente hititas, tenían mucho interés en mantener
un comercio fluido en este punto, ya que los asirios traían
estaño y tejidos desde Asia y se llevaban a cambio oro
y plata. El asentamiento comercial es mencionado en varios textos
asirios e hititas como el «karum de Kanesh», usando
la palabra acadia para designar un mercado, «karum».
Tanto el mercado como el palacio fueron destruidos por un gran
incendio hacia 1780 a.C. y sobre ellos se construyó de
nuevo unos cincuenta años más tarde. El incendio
fue de tal intensidad que derritió las paredes de adobe
y ladrillo sin cocer, dejando solo los cimientos de piedra, pero
esa violencia tuvo una virtud: cocer las tablillas donde se llevaban
los registros del mercado y los documentos del palacio; y permitir
que llegasen hasta nosotros unas veinte mil de ellas en perfecto
estado. Gracias a una de esas tablillas, una carta, se conoce
el nombre de uno de los gobernantes de Kanesh. Se llamaba Warsawa,
y se discute si era un asirio que velaba por la seguridad de sus
mercaderes, o era un gobernante local que controlaba el mercado
y se beneficiaba de él cobrando una tasa. El palacio y
sus dependencias fueron reconstruidas varias veces y pervivieron
hasta el final del periodo neo hitita, en el siglo VIII.
Hasta aquí
la primera parte de nuestro itinerario. Seguiremos en breve.

Para saber
más:
Hitite Monuments
https://www.hittitemonuments.com/
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y citando el autor y la web donde se ha obtenido