CUADERNO DE VIAJE
 VIAJES Y VIAJEROS
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VIAJE A SICILIA(cont.)

CAPÍTULO VII

DE LA CIUDAD DE PALERMO, DE SUS BELLAS IGLESIAS Y MOSAICOS. E LA NAVE VA.

Por la Porta Nova o de los gigantes, comenzamos la visita a Palermo. Después, el Palacio de los Normandos y la espléndida Capilla Palatina.

Palermo, Porta Nova

A la entrada a la capilla Palatina está el palanquín que usaron para rodar la película el Gatopardo. Por fin un referente a la película que estuve buscando durante todo el viaje. Arriba, la Capilla Palatina es espléndida. Es pequeña pero decorada en todas sus partes por los mosaicos de bellísima factura. Estamos horas allí, y eso que hay muchísima gente. A la salida, dudamos con el camino a seguir. Finalmente, decidimos ir andando hacia la catedral y palacios del centro, mientras Jesús decide ir a la Siza. Andamos hasta la catedral. Después seguimos camino del centro pasando por el Mercado Ballaró, al lado de la iglesia del Carmine, hecha polvo, pero llena de gracia. El mercado, con grandes pescados, así como carne y fruta, es de los que gusta pasear. Callejeamos un poco para salir en dirección al palacio Abatelis. Vimos solo el patio, pasando por todas las iglesias que encontramos a nuestro paso, que fueron muchas, ya que los sicilianos son muy religiosos y las iglesias son de los edificios mejor conservados. Invariablemente, en cada iglesia había una boda. Llegamos hasta la salida por las murallas y regresamos por otra ruta hasta llegar al museo arqueológico y la iglesia de San Ignacio. Previamente habíamos quedado con Jesús en la Iglesia de la Magione, en la zona más devastada de Palermo por la segunda guerra mundial. Esta zona permanece en el mismo estado que quedó tras la contienda, conservando los arranques de los muros de los edificios destruidos. Luego, el Palazzo Mirto, que me evocó de nuevo los recuerdos del gatopardo, por sus salones y patios y la fuente barroca, a la salida del salón de baile para refrescarse de los sofocos.

En el museo arqueológico echamos el resto de la tarde, hasta la hora de volver al hotel a recoger las maletas para ir a embarcar con rumbo a Nápoles. Como el hotel está cerca del puerto hicimos el camino a pie. El barco es enorme, cientos y cientos de autocares, camiones y coches entran dentro sin parar, como si no tuviera fondo, y es de un lujo sorprendente. Parece el barco de vacaciones en el mar.


CAPÍTULO VIII

DE LA CIUDAD DE NEAPOLIS Y SU MUSEO OCULTO. DE LA ISLA DE CAPRI, DONDE TIBERIO. DE LA GRAN DEVOCIÓN QUE LAS GENTES DE ESTAS TIERRAS TIENEN POR UN TAL GENARO. DE LA EXPEDICIÓN A LA CUEVA DE LA SIBILLA, DE LOS PELIGROS QUE PASAMOS Y DE LO QUE ALLÍ NO VIMOS.

Desayunamos en una cafetería cercana al hotel Ausonia, donde nos alojamos en Nápoles. El barrio se llama Mergellina, al lado del pequeño puerto.

Visitamos el museo arqueológico nacional. La primera sorpresa fue que gran parte de las salas que teníamos interés en ver las cerraron delante de nuestras narices sin avisarNápoles. Protestamos airadamente sin resultado ninguno, ¡questo e Napoli!. Pese a todo pudimos ver piezas espectaculares, como el grupo escultórico del Toro y el de Hércules Farnesio, procedentes ambos de las Termas de Caracalla en Roma. Mosaicos bellísimos, realizados con teselas minúsculas como el de la batalla de Issos encontrado en la Villa del Fauno en Pompeya. Hay también otros mosaicos más pequeños, pero no menos espléndidos, las pinturas murales de las villas de Pompeya y Herculano, el gabinete secreto, con sus piezas eróticas, algunas de una delicadeza inimaginable.

Paseamos por la vía Toledo, que debe su nombre al virrey español Pedro de Toledo, que en 1536 encargó su construcción junto con las murallas. Está flanqueada por palacios e iglesias. En uno de sus lados se abre el barrio español, una de las zonas más pintorescas de Nápoles, y más pobladas y deprimidas. Se construyó en el siglo XVII para albergar a las tropas españolas.

Al día siguiente decidimos visitar Capri. Es una isla de piedra calcárea con numerosos acantilados y perforada por cuevas. Sus primeros colonos fueron griegos, quienes le dieron su nombre que deriva de kapros, - jabalíes -, por la gran cantidad de ellos que la habitaban. Después pasó a ser romana y César Augusto quedó tan impresionado por su belleza que se la compró a la ciudad de Nápoles a cambio de Ischia. Tiberio su sucesor, vivió en ella desde el año 27 al 37, construyéndose doce villas dedicadas a divinidades del olimpo y desde la imponente villa Jovis, en lo mas alto de la parte este de la isla, junto a un vertiginoso acantilado, gobernó el imperio.

Su importante patrimonio es más natural que artístico, como el “arco natural”, único resto de una vasta cueva que se adentraba en la isla pero que debido a la erosión quedó exento. I faraglioni, los imponente farallones que se yerguen a 109 metros sobre las aguas o sus numerosas grutas, siendo la más famosa la azul.

El corazón de Capri es la Piazzeta, oficialmente piazza de Humberto I, abarrotada de día y de noche. Domina la plaza la catedral de S. Stefano del s. XVII.

CapriAl llegar Carlos compró un mapa y decidimos subir a villa Jovis, siguiendo el mapa. Lo primero que vemos es a un vigilante dormitando a la sombra en una hamaca, mientras la chica de la taquilla no da abasto. Luego aparece un panorama espectacular. Se domina hasta la vecina península de Sorrento. Hicimos desde allí una pequeña ruta por la costa a pie. Todo el camino tenía vistas fantásticas del mediterráneo, entre bosques de pinos, y apenas nos cruzamos con media docena de personas. Pasamos por los farallones, por la casa de Curcio Malaparte, (que donó a la Embajada China) y finalmente nos paramos a comer en un restaurante al aire libre sobre un acantilado. La comida no la recuerdo, pero las vistas eran fantásticas. Regresamos a la ciudad paseando por las calles de las famosas tiendas. Cogemos de nuevo el barco a Nápoles.

De regreso, como es pronto, decidimos hacer una expedición para ir a Cumas, a ver la cueva de la Sibilla, pero después de coger el metro, un tren, y finalmente un autobús, estaba cerrada.

Nos llegamos hasta la galería Humberto I, construida después de la epidemia de cólera de 1884, recién restaurada y construida en hierro y cristal. Paseamos por Vía Tribunali llegando al corazón de la ciudad antigua, Spaccanapoli. Se trata del antiguo decumano inferior de la ciudad romana que divide por la mitad la estructura urbana, llegando hasta el duomo, edificio gótico del siglo XIII dedicado a San Genaro, patrón de la ciudad y martirizado en el año 305 d.C., y cuya sangre casualmente se licuaba en el dia de nuestra visita. ¿Será por nuestra divina intervención? Hay una gran fiesta y muchos puestos y gente, tanto en el exterior como en el interior y por el barrio de los españoles.

Por la Vía del Tribunali pasamos por varias iglesias, ( la barroca Santa Mª la Mayor, Sto. Domingo el Mayor..). Nos paseamos por la callecita donde están instalados los artesanos de los belenes, algunos de ellos preciosos y la mayoría carísimos.

Comimos en una pizzería de las más viejas de Nápoles, muy llena de gente del foro, unas pizzas descomunales y una especie de croqueta gigante con arroz y queso por dentro. Muy bueno todo. Pedro y Carlos pasan por una pastelería y no se resisten a comprarse un “babá”, especie de bizcocho borracho enorme, que se comen sin haber terminado de hacer la digestión de la pizza gigante que previamente habíamos devorado. Por la calle San Biagio dei Librai, llena de librerías y tiendecitas u edificios con arcadas, llegamos a la iglesia de Gesu Nuovo, con fachada de piedra de lava, que perteneció al palacio de San Severino de 1470. Frente a ella está la iglesia de santa Chiara, de estructura gótica provenzal, construida en 1328 y reconstruida después de la 2ª guerra mundial. Por la parte de atrás está el claustro de las Clarisas, cubierto de azulejos, el más famoso de Nápoles.

Vamos, ya tarde, al Duomo a ver el milagro. Todo lleno de gente y de puestos como en las ferias de España. Parecen todos muy piadosos, pero podemos entrar en la catedral y ver parte del espectáculo, con gran cantidad de curas, coro y monaguillos, venerando un pequeño frasquito que porta un señor que no es cura ni lleva hábito.

Último día, dejamos las maletas preparadas en el hotel y subimos al museo de Capodimonti, dentro del Palacio Real. La Pinacoteca Nacional ocupa unas cien salas, no solo hay pintura, también muebles, tapices, armas, porcelanas, etc. Todo dentro de preciosos jardines.

Hasta la próxima

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