CUADERNO DE VIAJE
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Los Balcanes, un diario de viaje (1)

 Texto y fotos:  María Jesús Leza 

Un vuelo directo desde Madrid nos lleva a Dubrovnik. En el aeropuerto nos recoge un microbús hasta el hotel. La persona que nos ha ido a buscar y que pertenece a la organización, nos comunica que antes de cenar se ha convocado un encuentro con la jefa de expedición, madame Capitain –apellido por otra parte bastante adecuado- y con el resto de viajeros. Después de ducharnos y cambiarnos de ropa, nos reunimos en uno de los salones del hotel. Los organizadores nos obsequian con un coctel de bienvenida que nos brinda la oportunidad de presentarnos unos a otros. Todos los allí reunidos son de nacionalidad francesa, empleados de la Poste Francesa, todos menos cuatro españoles: Enrique, Blanca, Ricardo y yo. Nuestros compañeros de viaje nos reciben con calor y amabilidad. Pienso que tengo mucha suerte de entender y hablar francés, el guía lo va a ser en ese idioma, por lo tanto voy a tener oportunidad de practicarlo. Madame Capitain, comenta con detalle el programa de excursiones y advierte que no olvidemos el pasaporte para la excursión del día siguiente, ya que Montenegro no pertenece a la Comunidad Europea.

PRIMER DIA : MONTENEGRO
Partimos del hotel a las seis y media de la mañana. Dentro del bus se presenta Alberto, que va a ser nuestro guía durante todo el viaje, un joven croata de unos treinta tantos años dirigiéndose en francés con marcado acento eslavo. Hasta llegar a la frontera nos va explicando la historia de Croacia desde sus orígenes hasta nuestros días.
En la frontera la policía nos retiene más de media hora examinando minuciosamente cada pasaporte, algo que impacienta a más de uno. Cuando despierta ya del todo, me pongo a contemplar el paisaje a través de la ventanilla, quedo deslumbrada ante su belleza. Bajo un intenso cielo azul, las montañas descienden en picado hasta un mar esmeralda. Esas montañas, altas, escarpadas, están cubiertas de densa vegetación mediterránea. Inmensos bosques de pinos y sabinares, se suceden unos a otros. Me llaman especialmente la atención los bosques de cipreses que emergen de los valles como apretadas agujas. Un paisaje propio de dioses del Olimpo.


Hacemos una parada en la pequeña población pesquera de Perast y embarcamos en un “petit bateau” que nos lleva a la isla de Nuestra Señora de la Roca. La isla es eso, una roca que alberga un santuario a la Virgen, muy venerada por los pescadores de la zona. No tiene ningún interés salvo su situación y el puramente paisajístico, lo que nos sirve de pretexto para comenzar a tirar fotos. Abandonamos Perast y tomamos una carretera hacía el interior. No tardamos en llegar a Kótor, antigua capital del antiguo reino de Montenegro, “país de opereta” como lo suele llamar un amigo.

La ciudad de Kótor se encuentra dentro de una espectacular muralla, perfectamente conservada, y rodeada por un foso igualmente espectacular. Entramos en la ciudad por la puerta principal de la muralla que accede a una plaza rodeada de severos edificios de corte militar. En la fachada de uno de ellos, sobresale una placa de mármol dedicada al mariscal Tito, liberador de ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Recorremos las estrechas y tortuosas calles en compañía de la guía local, una joven montenegrina, que nos muestra las fachadas de palacios de la nobleza de los siglos XIV y XV, el interior de la catedral y las pequeñas iglesias ortodoxas con sus inconfundibles iconos. La guía nos explica que la muralla muchos edificios y la catedral fueron restaurados después de la última guerra.

Antes de desplazarnos de nuevo a la zona costera donde la organización ha contratado el restaurante para el almuerzo, los españoles nos separamos del grupo y nos vamos a tomar unas jarras de cerveza en la terraza de uno de los cafés de la plaza. La cerveza es de buena calidad y nos sabe a gloria, pues hace ya a esas horas un calor mas que respetable, sorprendiéndonos gratamente su precio, alrededor de dos euros.
Después de almorzar regresamos de nuevo a Kótor para recorrer su calles más tranquilamente o tomar un café. Kótor es una ciudad eminentemente turística; así lo denotan los numerosos restaurantes, bares y tiendas de souvenirs. Te haces una idea de lo pequeño que es Montenegro por la rapidez que te trasladas de un lugar a otro, pero lo que más impresión me ha hecho de este diminuto país, es sin lugar a dudas la grandiosidad de su paisaje.

 

SEGUNDO DIA, DUBROVNIK
A las diez y media de la mañana, al pie de la muralla y antes de iniciar su ascenso, hace ya un calor insoportable, sensación térmica potenciada por la humedad del mar. Unos minutos antes habíamos entrado por la puerta principal de la ciudadela, llamada de Pile, con su puente levadizo y la imagen de San Blas, patrón de la ciudad protegido, en un nicho sobre la puerta.
Una vez arriba de la muralla nos espera un paseo de dos kilómetros incluidas sus torres. Desde allí se domina toda la ciudad, desde los tejados, las cúpulas de las iglesias, las calles, el puerto pequeño y la vecina y deshabitada isla de Lokrum, lo que te permite disparar fotos a placer. No deja de llamarme la atención los resplandecientes tejados y la limpieza de las fachadas de los edificios. Ante mi comentario, Alberto dice que la Dubrovnik devastada por la guerra, fue totalmente reconstruida con capital del Vaticano. Conviene aclarar que mientras Montenegro es cristiana ortodoxa, Croacia católica papista.

Al descender de la muralla y desembocando en la parte Occidental de la ciudad, nos encontramos con la gran fuente de Onofrío del siglo XV, de curiosa forma octogonal. La fuente de Onofrío es también lugar de encuentro; a las doce de la mañana alrededor de ella se ven cientos de turistas, a pesar de que aun estamos a mediados de junio. ¿Cómo estará esto en agosto?
Hacemos un alto para tomar una cerveza y almorzar en un restaurante que se encuentra frente la fuente y donde nos han reservado mesas. Madame Capitain y su marido nos invitan a sentarnos a la suya, se conoce que quieren que practiquemos francés con ellos, aunque también ellos chapurrean algo de español. Mientras degustamos un delicioso pescado, regado con buen vino blanco de la región, comentamos pequeñas anécdotas del viaje y hasta hacemos algún chiste que otro.
A las dos de la tarde Alberto nos anuncia que hay que continuar con la visita. No apetece mucho salir al exterior, en plena digestión y con el calor sofocante esperándonos agazapado en las calles de Dubrovnik, pero no hay más remedio que hacer de tripas corazón si quieres verlo todo medianamente bien.
Por la calle de Stradum, principal arteria de la ciudad medieval, repleta de restaurantes y comercios, llegamos a la plaza de Luza. Alrededor de esa plaza se concentran los edificios seculares más importantes: el Palacio del Rector de estilo gótico Renacentista, y el Palacio Sponza. Ambas edificaciones datan del siglo XV. Esa plaza y sobre todo la logia del Palacio Sponza me recuerdan a Italia. Alberto explica que en esa época Dubrovnik estuvo bajo el dominio de la República de Venecia.

Visitamos la iglesia de San Blas, donde se venera el cráneo y una tibia del santo, protegidos en ricos relicarios de oro y plata, y la catedral de la Asunción de interior barroco. Al salir, aprovechamos la escalinata para hacer la tradicional foto de grupo, aunque donde la gente tira más de carrete es junto a la estatua de Orlando, símbolo de la libertad e independencia de Dubrovnik.
Por último entramos en el museo del Memorial de los Defensores, donde contemplamos fotografías de Dubrovnik devastada e incendiada y de las personas que cayeron en la última guerra, defendiendo la ciudad. Observo sobrecogida que muchos de ellos son muy jóvenes, casi adolescentes. Le pregunto a Alberto el por qué del ataque de Montenegro sin previo aviso. Me contesta con vaguedades, alegando que en una contienda todo el mundo es malo. Le comprendo. La guerra de los Balcanes terminó hace veinte años y está ya olvidada o por lo menos parece que se intenta olvidar.
Como colofón de la visita, tomamos un refresco en uno de los bares fuera de la muralla con unas increíbles vistas al mar. Seguimos pensando que los precios de las consumiciones son muy razonables, más o menos como en Madrid, con la ventaja de que a pesar de que la moneda oficial es la kuna, admiten euros en todas las partes.
Ya en el hotel y una vez cenados, acudimos a la terraza cafetería donde hay instalada una gran pantalla de televisión. Esa noche se enfrentan casualmente España y Croacia, dentro de la Eurocopa y, naturalmente, “nuestros chicos” no se lo quieren perder.

 

TERCER DIA: ISLAS ÉLAPHITES: KOLOPEC, SIPAC, LOPUD.

Embarcamos en el Puerto Grande de Dubrovnik en una réplica de galeón del siglo XVI, construido expresamente para pasear turistas. Cuando entramos en esa embarcación un tanto hortera, ya esta llena de “guiris” de todas las nacionalidades. Comprobamos que casi todos los asientos están ocupados, solo quedan puestos en la bodega interior. Hace calor ahí dentro, así es que Blanca y yo subimos al exterior y nos dedicamos a recorrer el barco, de proa a popa y de babor a estribor para hacer fotos. El“galeón” navega bordeando la costa con la clara intención de que podamos admirar la belleza del paisaje. Me llama la atención la ausencia de urbanizaciones y grandes hoteles, solamente encantadoras villas de recreo salpican el paisaje dando una nota de color sobre la rica y variada vegetación.
Desembarcamos en Kolopec. En el puerto visitamos una fortificación medieval con su torre vigía y luego, aprovechando el tiempo que nos han dado, recorremos la isla a pie subiendo hasta una colina coronada por una iglesia medio en ruinas desde donde se puede gozar de una espléndida vista. Al bajar la colina unas niñas pequeñas nos ofrecen conchas. Las niñas son tan preciosas que no puedes evitar comprarles alguna. Parecen sirenitas rubias con la piel tostada por el sol.
Navegando hacía Lopud almorzamos en el barco pescado asado a la parrilla. Se trata de un pez humilde pero muy fresco y bien condimentado. Un conjunto de músicos ameniza el almuerzo, aunque alguna de esas canciones, en esa ancestral lengua eslava que es el croata, se me antoja un tanto triste y melancólica.
En Lopud la isla más grande y turística, lugar de residencia vacacional de la burguesía croata, tenemos la oportunidad de darnos un baño, recorrer el puerto y descansar sobre el césped de un curioso parque decimonónico, e incluso echar un sueño en las horas de mayor calor del día. En el fondo no hay mucho que ver en esas islas próximas a Dubrovnik, se trata de un pequeño crucero de placer, prueba de ello es que Alberto, el guía, no nos acompaña en esta ocasión.
En el viaje de regreso, nos sentamos junto a Lucie y Michel, una pareja encantadora del grupo de franceses. Lucie nos dice que madame Capitain ha reservado entradas en un teatro al aire libre donde actúa un grupo folklórico.

Llegamos a Dubrovnik al atardecer, justo con el tiempo de cenar en el hotel y cambiarnos de ropa para asistir a al espectáculo de danzas y coros autóctonos. La función me resulta larga y algo monótona, a pesar de las danzarinas, bellezas locales embutidas dentro de trajes llenos de riqueza y colorido.


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